Descripción

Este es un blog de sentimientos, reflexiones, amor y de vidas pasadas sobre todo, ya que todo lo que escribimos en un momento determinado, se volverá pasado al fin y al cabo. Lo que las musas me susurran con su voz.

sábado, 14 de agosto de 2021

Querido u odiado amor

 QUERIDO U ODIADO AMOR








Buenas noches queridos bloggeros y twitteros. Hoy os voy a hablar sobre cómo vemos la vida cuando estamos enamorados y cómo la vemos cuando hemos perdido el amor. Siento las modificaciones que ha habido en mi blog, han sido problemas técnicos, pero ya se han solucionado por suerte. Espero que me sigáis leyendo como siempre, os deseo lo mejor.

A veces pasa que empezamos a sentir cosas muy fuertes por alguien. Hasta tal punto de que nos entra el amor por todos los sentidos: olemos a amor, o a las cosas que nos huelen como el amor lo haría; sabemos a amor, o tenemos el sabor del amor en el cielo del paladar; oímos a amor, o percibimos cómo suena el amor en nuestros oídos; tocamos amor, o sentimos amor cuando nos tocamos.

Y entonces, salimos un día al mundo y ya nada es igual. Porque no se perciben los mismos colores, y vamos percibiendo tonalidades que nos resultan amorosas. Porque el rojo intenso de las rosas nos resulta jodidamente romántico. Porque el amarillo intenso del sol se parece a la felicidad. Porque el blanco de las nubes dibuja corazones en la inmensidad del cielo y nos produce una paz absoluta, una armonía y una pureza indescriptibles. Porque el azul del cielo hoy te reserva cosas buenas. Porque el verde intenso de la hierba nos recuerda a la esperanza. Y sin darnos cuenta, nuestra mano ya está cogiendo una margarita y quitándole cada pétalo cambiando los "no me quiere" por los "sí me quiere" borrando los primeros de la ecuación. Porque el rosa de tu sombra de ojos, la que llevas hoy, te dice: "Sí, estás enamorada, ¿y qué? Que todos lo vean hoy." Que el gris ha dejado de ser el color triste y marginado que siempre está solo en clase, para convertirse en el gris de su jersey favorito. Y el marrón, ya no es ese color feo que a nadie le gusta y pasa a ser incluso tu favorito. Porque cada vez que lo miras a los ojos lo ves, y te encanta. Y el naranja te sabe a atardeceres eternos y efímeros con tu cabeza apoyada en su hombro. Y entonces sabes que nunca olvidará el morado porque se acuerda de que es tu color favorito. Y no duda de que siempre brillarás con tus tonalidades de plateado y dorado cuando te mira. Porque siempre te pilla brillando. Y el negro ahora te aparece precioso porque te recuerda a todas las noches que dormiste junto a él, porque te recuerda a cuando el cuarto estaba a oscuras, dentro de un negro bonito. Dentro de un negro, que en vez de darte miedo, te da seguridad.

Y ya no ves la vida igual. Porque él lo ha puesto todo patas arriba. Y aunque él se encuentra en su orden, tú te encuentras desordenándole la vida. Pero eso ya nunca será algo negativo, porque él ha aprendido a amarte así, desordenada, caótica, y para él, perfecta. Aunque estés a años luz de serlo.

Como tú, cuando empiezas a sonreír como una boba cada vez que te dice algo bonito. Aunque eso es lo que defines tú como algo bonito: cualquier cosa que te diga y que salga directa del corazón. Pero eh, no te confundas. Él no es un chico como otro cualquiera que te dice lo que quieres oír para quedar bien. Y tampoco utiliza tácticas para ligar contigo como hubiese hecho otro. Simplemente se limita a ser, y a sentir, como es.

Y otro día te encuentras así, viviendo, y de repente notas algo extraño en la nariz. Y te das cuenta de que también se puede sentir placer oliendo. Porque ahora la vida te está recompensando, trayéndote a tu nariz, tus olores favoritos. Quizá por el karma. Quizá por casualidad. Quizá porque te lo has ganado. Quizá porque te estés enamorando. Y un día cualquiera llegas, y huele a rosas, pero esta vez no estornudas. Entonces sigues tu camino y percibes un ligero aroma a coco, a canela. A pan recién hecho. Y después hueles las risas, que con su perfume inundan la habitación. Y huele a recuerdos, y a tantas cosas... Y de repente su olor se cuela en tu nariz sin previo aviso, y crees que jamás lo podrás olvidar. O dejar de oler. Miras hacia un lado y cuando te quieres dar cuenta has pegado la nariz a esa sudadera que se dejó olvidada, ahí doblada, perfecta, en esa silla de tu habitación. Porque él es así de cuidadoso con sus cosas. Y aunque no seas su posesión, también hay que hablar de cómo te cuida, y te dobla, porque su amor siempre te parte en dos. Y una idílica mañana te despierta el olor a café recién hecho y empiezas a darte cuenta de que estás en su casa y de que todo es perfecto aunque te hayas desorientado por un momento. Aunque creyeras que es todo un sueño del que no quieras despertarte jamás. Y sabes, que en algún momento acabará por llevarte el desayuno a la cama, porque él es así de romántico, de los chicos que ya no quedan. Y llega un día en el que ya no te sabe nada igual, porque los olores son recuerdos de a qué sabe la felicidad y de a qué huele el amor cuando aspiras el olor que ha dejado en su lado de la cama.

Y ahí es cuando los sabores se cuelan en tu paladar. Y tu sabor favorito de helado, ya no es el de avellana, es el sabor de sus labios, cuando te besa. Su sabor se convierte en tu nueva comida favorita todos los días de tu vida, pero sin cansarte en absoluto. Es como ser juez en el programa Máster Chef. No para juzgar el sabor o la elaboración, sino para prestarle atención a cada matiz que se aprecia en su sabor tan único y especial, imposible de imitar. Saborearlo como si no existiese nada más ni mejor en este mundo. Y entonces el amor empieza a saberte a fresas con nata a las tres de la madrugada. Y a champán con fresas cuando recuerdas vuestro primer beso. Porque él es ese chocolate que disfrutas hasta el final y con el que nunca te sacias, porque siempre quieres más. Porque sabes, que cuando algo está prohibido, tienta más. Y que cuando caes en la tentación, no hay vuelta a atrás. Aunque no nos engañemos, tampoco quisieras retroceder. Miento, sí quieres, pero sólo para poder volverlo a vivir todo desde el principio, y sin saltarte ninguna coma. Para vivirlo más intensamente, con menos miedo. Hasta que la vida se acabe, o dejes de llamarle vida.

Y una tarde, agudizas el oído. Y te das cuenta sin querer de que ya amabas su risa mucho antes de darte cuenta. Y de cómo suena su voz grave cuando te dice que eres perfecta y que te quiere. Ese "te quiero" que sigue resonando en tus oídos aún cuando cuando se ha ido, no para siempre, sino que tenía que hacer algo importante. Ese que nunca te cansas de oír en sus labios porque es una melodía demasiado perfecta como para no estar escuchándola de forma repetitiva, eternamente. Porque cuando te sostiene en sus brazos, empiezas a oír la melodía del mar a través de una caracola perfecta que recogisteis en la playa un día, cuando os fuisteis por primera vez juntos de vacaciones. Y entonces entiendes cómo es el sonido de la paz, porque estás con él, y nada más importa. Y después, un día de manta y Netflix, lo miras y sabes que no te lo mereces. Porque él es demasiado bueno para ser real. Pero te das cuenta cuando sabes con certeza que lleva dos horas y media viendo contigo una peli romántica, para tener una excusa para ponerse tonto. Porque él hablaba en serio cuando tú le preguntaste que qué imaginaba y te dijo que una vida juntos.

Y de repente empiezas a caer en la cuenta de que todo tacto se siente como terciopelo. Porque todos encontramos placer en el tacto. Y el amor es que yo te diga que tengo alergia a los perros, y tú me compres una manta suavecita sintética, que yo pueda tocar siempre, para taparnos con ella. El amor es que toque su cara y me recuerde al tacto que tiene un pétalo de rosa. Que su mano roce la mía en un movimiento involuntario y sienta la electricidad de la felicidad a su lado, cada día. Y que al pasar por el escaparate de esa tienda, trate de alcanzar nuestro reflejo para tocarlo, porque parece mentira que quedemos tan bien juntos. A pesar de que tú no seas de este mundo. Y tocar tus labios con la punta de los dedos como si fueran una de las siete maravillas más maravillosas del mundo. Como rozar el cielo con las manos.

De un momento a otro, te das cuenta de que aunque las cosas tengan una carga positiva y una negativa, todo es cuestión de cómo se perciba. Porque si estás furioso con el mundo, si sientes: ira, celos, rencor, envidia... O te acecha el desamor, todo cambia y se vuelve más oscuro y frío. Porque un día bajas a la calle y la pareja que viste ayer besándose en la misma esquina, hoy te sabe amarga. Todo lo contrario que ayer, que sonreíste y dijiste: "¡Viva el amor!" Y hoy, que ya no estás con tu chico, piensas: "¡Qué envidia!" o "¡Qué empalagosos!" o "¡Iros a un puto hotel!" Y cuando ayer veías esa película romántica con tu novio, estabas feliz, porque rezumabas amor por los poros y tenías con quien celebrarlo. Y al día siguiente piensas que el mundo se ha confabulado contra ti, porque hoy justo es el día de San Valentín, y estás jodida, y soltera.

Y entonces aquel programa que te hacía reír ya no te hace gracia porque la risa se ha ido por el desagüe, y entonces la vida deja de tener color. Al principio sólo ves un gris soledad. Un azul tristeza mezclado con melancolía. Un rojo rabia. Un amarillo envidia. Un verde moho. Un morado puñetazo. Un negro abismo. Un rosa que se plasma en un tequila de fresa (sí, el que te estás bebiendo para olvidar tus penas y que estás sola). Un naranja del zumo que te ha salpicado esta mañana en el ojo al despertar. Un blanco vacío en el que no hay absolutamente nada. Un marrón mierda, de las veces que te has cagado en tu ex. Y el dorado y plateado que ves en esa discoteca en la que estás dándolo todo porque ya no te queda nada que perder. Y te quieres poner hasta el culo y que a nadie se le ocurra hablar de amor en un año, un siglo, o una vida.

Luego, llegan los malos olores. El olor a vómito después de una fiesta en la que te pasaste bebiendo. El olor putrefacto de cuando se pasa la comida. El olor a esa coliflor y a ese brócoli que siempre detestaste. El olor a ausencia, a melancolía, a pérdida. El olor que se ha ido de la sudadera que te prestó un día porque tenías frío y que sabes que nunca le devolverás porque te duele demasiado. Y te das cuenta de que esos malos olores sólo los percibes tú. Porque el resto del universo sigue su vida con sus cosas de la vida cotidiana. Y te das cuenta de que no se ha parado el mundo, sólo tú. Ellos siguen riendo con los mismos chistes, viendo los mismos programas, contando las mismas anécdotas... Ellos siguen llorando cuando sienten empatía por un personaje de una película, o cuando ponen una banda sonora melancólica en la tele. Pero a ellos no les llora el alma como a ti, porque a ellos no les ha pasado un tren por encima, sólo a ti. Y ya nada te huele bien, y menos a amor. Ahora todo te huele a desamor, a tristeza, a dolor, a llanto. Y el resto del mundo sigue oliendo a pan recién horneado y desayuno en la cama. Y tú lo detestas y los detestas a ellos, porque te jode como nunca que el mundo no empatice con tu tristeza y que te sonría a la cara burlándose de que tú HOY no seas capaz de pintar una sonrisa..

Y de repente se hace de día, y te despiertas y notas un regusto amargo en el paladar. Porque eso es lo que queda cuando ya no queda nada. Cuando sabes que ese es el sabor del vacío. Cuando notas el sabor del dolor en tu boca. Cuando notas el regusto a hierro de la sangre, cuando te hiciste esa herida en el labio por volver a pensar en él, y en su boca. Y como ya no tienes su sabor en tus labios, y se te ha olvidado a qué sabían, ahí sabes que estás jodida. Porque estás pillada hasta las trancas, pero ya no lo tienes. Y parece que se ha acabado el helado de avellana de todas las existencias del planeta Tierra. Y te das cuenta de que tu comida favorita ya no te produce esa felicidad momentánea que sentías antes. Porque todo te sabe soso, ya no hay azúcar ni sal que aderece este plato de mierda incomible que tienes delante. Porque te falta tu condimento favorito, él.

Llega la noche, y te vas a dormir. y empiezas a soñar. Y en tu sueño corréis los dos por un campo verde y precioso y vuelves a oír su risa de nuevo, y te embarga ese alivio de repente, como si llevaras mucho tiempo conteniendo la respiración. Y por fin respiras. Aunque no es en sí su risa, sino el eco de su risa. Y entonces, se oye al Boggart saliendo del armario y convirtiéndose en un payaso gigante que se ríe con su voz, ahora más turbia, y te cagas de miedo. Ahí es cuando te despiertas. Porque ese sueño idílico era, en realidad, una pesadilla. Y donde antes oías risas, oías musas, ahora sólo oyes gritos ensordecedores que se cuelan en tu vida para arrasarlo y quemarlo todo. Y lo peor es que son tus propios gritos. Porque has desaprendido a prestar atención a lo bonito, a esa melodía que escuchabas en tu cabeza cuando estabas con él. Casi sin querer. Ya no sabes diferenciar la melodía de la voz, y separar las cosas. Ahora sólo escuchas música triste, porque sientes que es ella quien te arropa ahora, sustituyéndole a el. Ya no hay más, sólo vacío, y un pozo muy negro que llevas horas, quizá días, cavando para ti misma. Y después percibes por el oído consejos y cosas a las que no les prestas atención porque sólo sabes escucharlo a él, y ya no escuchas nada más. Y te jode cuando esa amiga va contigo en el coche y pone esa canción que tanto os motivaba y que ahora sólo la motiva a ella. Y sientes tristeza, porque ahora esa canción te duele, porque has desaprendido a disfrutarla. Y mejor no hablemos de vuestra canción.

Y kamikace, tocas a ese perro sabiendo que te da alergia en un intento de sentir algo. Como cuando Bella hacía locuras kamikaces sólo por ver el espejismo de Edward. Y todo bajo la palma de tu mano se vuelve áspero como una lija. Ya nada es agradable al tacto, porque ya no puedes rozar su sonrisa con tus labios. Ya no puedes acariciar su rostro. Ya no puedes pasar la mano por su pecho, o apoyar la cabeza sobre él. Y todo lo que tocas se convierte en ceniza de lo que un día fue. Y ya ni siquiera quieres tocar cosas agradables al tacto que no tengan que ver con tocarlo a él.

Pero lo que te jode es que la vida te haya dejado claro que va a seguir contigo o sin ti. Así que elige vivir con amor o sin él. Alégrate por los demás. Y no olvides que siempre, pero siempre, es cuestión de perspectiva.

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